2008 Descubrimiento de Hatun Vilcabamba

Descubrimiento de Hatun Vilcabamba

En septiembre de 2008 comuniqué por escrito al Instituto Nacional de Cultura que había descubierto el verdadero emplazamiento de la capital perdida de los incas, Hatun Vilcabamba o Vilcabamba la Grande, cubierta de vegetación, en un paraje despoblado a ochenta kilómetros al oeste de Machu Pichhu. Y que ambas llactas sagradas estaban ubicadas a la misma latitud y altitud con algunas semejanzas evidentes en su estructura.

Era el resultado de la expedición arqueológica que iniciamos dos meses antes con el patrocinio de AECID, la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo; convencidos de que la identificación y puesta en valor de Hatun Vilcabamba, o Vilcabamba la Grande, será muy positiva para la población de aquel territorio empobrecido y aislado.

Con tres arqueólogos Alfredo Candia, Hugo Hancco y Fredy Ccopa; el camarógrafo Fernando Dáns y Nicanor Quispecusi como guía; apoyados por un equipo de arrieros, caballos y mulas viajamos hasta Patibamba.

Jerónimo Huamán nos guió por un sendero en la selva hasta un lugar llamado Sicre, donde el río Pampaconas discurre encajonado entre rocas. Había unos troncos viejos casi podridos cruzados a diez o doce metros de altura sobre las aguas turbulentas del río. Para sustituir los troncos cortamos cuatro grandes árboles que sirvieron de puente sobre el río, atados al modo tradicional con la flexible liana conocida como soga de la selva.

Cruzamos con las cargas e instalamos un campamento provisional en las proximidades, donde había una colonia de gallito de las rocas. Siempre procuraba contratar un buen número de porteadores en la zona próxima a la exploración, para que comprobaran que nuestra investigación arqueológica era beneficiosa para la comunidad. A última hora llegaron Zaqueo Huamán y su hermano, junto con Marcial Navarro y su hijo Líder que ya nos habían acompañado en años anteriores.

Nos bañamos en las limpias aguas del río Pampaconas y pescamos truchas. Nos disponíamos a cenar cuando tuvimos que protegernos de un ataque de mantablanca, un enjambre de diminutos mosquitos casi transparentes, difíciles de ver, que se introducen entre el pelo y bajo la ropa y provocan picaduras muy molestas que escuecen durante días o semanas. Subimos de nuevo hasta el abra Chalán y descendimos al valle de Rangahuayco para acampar junto a la gran catarata cuando ya anochecía. Al día siguiente seguimos avanzando y a última hora de la tarde nos alcanzó Wilbert Luque, que ya había trabajado con nosotros, junto con tres muchachos; con lo que ya teníamos un equipo humano suficiente para acometer la exploración.

El diez de junio instalamos un nuevo campamento en la planicie de Maranchaioc a 2400 metros de altitud. Organicé dos equipos para explorar la zona comunicándonos por radio y casi al final de la jornada encontramos restos de un camino inca y un muro parcialmente derruido con piedras muy grandes reforzadas por otras que servían de cuña.

Al día siguiente nos centramos en el estudio de aquella estructura y sus alrededores y la limpieza del lugar nos dio una nueva perspectiva. Donde habíamos creído ver el año anterior un camino empedrado, había realmente un foso flanqueado por muros que parecían proteger el acceso a otra estructura completamente cubierta de vegetación que se extendía sobre una plataforma de terreno con varios niveles.

¿Qué era aquello? La vegetación acumulada sólo nos permitía ver parte de algunos muros y era muy difícil hacerse idea del conjunto.

Estábamos en una zona alta, una especie de meseta sobre el barranco del río Lugargrande frente a una gran catarata que era visible desde el valle del río Pampaconas a mucha distancia, casi hasta las proximidades del río Apurímac. Al comprobar que en la zona había un gran número de recintos decidí concentrar nuestros esfuerzos allí para seguir estudiando aquella zona.

Después de la cena quemamos el despacho que traía preparado desde Cusco para pagar a la madre tierra.

—¿Estábamos por fín en el núcleo de Vilcabamba la Grande? — me preguntaba a mí mismo. A la mañana siguiente organicé la prospección en dos equipos para explorar la zona abriéndonos paso con los machetes y la fortuna nos sonrió: Uno de los grupos encontró cinco recintos y el otro identificó otros tres ocultos entre la vegetación. Algunos de ellos conservaban restos de mortero entre las piedras. Por la concentración de los hallazgos pensé que aquel lugar podía ser el núcleo de Hatun Vilcabamba que llevábamos tanto tiempo buscando.

Estábamos investigando un área de dos kilómetros cuadrados desde 2.400 a 3.000 metros de altitud y ya habíamos localizado veinte recintos circulares que parecían ser viviendas; pero estábamos seguros de que había muchos más ocultos entre la vegetación, que era muy densa.

Habíamos encontrado un recinto de dos niveles, con una estructura compleja que parecía un foso de protección. De acuerdo con las descripciones de las crónicas, podía ser la casa del Inca. Todo indicaba que, después de tantos años de exploración habíamos encontrado el núcleo principal de la ciudad perdida. Hicimos la primera cata abriendo un hoyo rectangular en uno de los recintos ubicado a 2706 m.s.n.m. para ver el comportamiento estratigráfico.

Bajo las primeras capas de vegetación y tierra acumulada durante siglos apareció el piso original de ocupación de la vivienda, un suelo compacto cubierto de carbonilla y residuos de madera quemada, apisonado con una base de grava sobre un suelo arcilloso de color ocre.

En algunos muros se conservaban restos del mortero que siglos atrás protegía las viviendas. La técnica de construcción era inca, de acuerdo con la opinión de los tres arqueólogos, aunque la mayor parte de las viviendas que estábamos encontrando tenían forma circular. La estructura más común en las viviendas incas es la rectangular pero esta regla tiene muchas excepciones.

El arqueólogo Hugo Hancco con cinco ayudantes comenzó la primera excavación y tras retirar una gruesa capa de vegetación acumulada a lo largo de siglos, llegó a una capa de tierra apisonada que apareció cubierta con restos de carbón y madera quemada. Era una buena señal, porque Hatun Vilcabamba fue quemada por los incas poco antes de la entrada de las tropas españolas.

— Resulta muy extraño encontrar el suelo de ocupación de una vivienda inca tan limpio de objetos — dijo Hugo Hancco. Recordó que los incas cuando abandonaban una vivienda cumplían un ritual, fracturando y agrupando los restos de los objetos de uso doméstico que habían utilizado y que no se iban a llevar consigo. Los incas tuvieron que abandonar Vilcabamba la Grande a toda prisa ante la inminente llegada de las tropas españolas, por lo que era lógico que no se hubiera realizado aquel ritual doméstico previo al abandono de una vivienda. En algunos recintos se apreciaban evidencias de destrucción intencionada, sobre todo en la parte correspondiente a las puertas de entrada a las viviendas. Este hecho era coherente con la historia de Vilcabamba la Grande. Cuando los españoles abandonaron la ciudad su mayor preocupación era que no se convirtiera nunca más en el foco de una rebelión. Un destacamento militar permaneció allí durante varios años, y cuando abandonaron definitivamente el lugar tuvieron que asegurarse de que no quedaban objetos útiles ni viviendas aprovechables.

 En las jornadas siguientes continuamos los trabajos de exploración, limpieza y excavación. La capa vegetal que cubría el terreno tenía en algunos lugares cuarenta centímetros de grosor, mientras que en otras zonas se había acumulado más de un metro. recintos. Identificamos treinta y cinco viviendas prehispánicas a lo largo de aquella meseta inclinada. Estudiamos su distribución sobre el terreno y calculamos que debía haber mucha más, tal vez trescientas o cuatrocientas viviendas ocultas bajo el manto vegetal.

Aquella noche en mi tienda releí el informe enviado al virrey por Sarmiento de Gamboa tras la conquista de Vilcabamba la Grande, la descripción de la ciudad de Martín de Murúa y otros documentos; y quedé convencido de que estábamos por fin en el núcleo de la capital inca perdida. Habíamos descubierto el verdadero emplazamiento de la capital perdida.

Cita del libro “De Machu Picchu a Hatun Vilcabamba” de Santiago del Valle Chousa. Pg.235 y siguientes